Instagram
Facebook
Tumbler
Gmail
Eng / Esp
Pedro Kouba
Pedro Kouba

(1) Hay en el emocionante trabajo pictórico de Pedro Kouba un impulso de ecología sentimental que transforma las imágenes en un proceso de difícil concreción. Como el rayo que era serpiente pues era lluvia para los indios pueblo, el desarrollo pictórico de su Atlas inacabado ahonda ‘hasta el subsuelo de la imagen, donde sigue vigente esa lucha entre lo virtual y lo palpable, entre lo científico y lo mágico’.

El peligro constante de lo intempestivo y la minuciosa mirada vigorizan este proyecto basado en aquella psicología de las imágenes que permanecen pegadas en la cultura, aquella en la que tanto se fascinara Aby Warburg. El homenaje ejecutado con fiereza por Pedro quizá agradase a un Warburg presente, porque Pedro Kouba se presenta a sí mismo como un auténtico sufriente del mundo de lo visual-cultural, ahondando en el trauma aun presente también, quizá cada vez más reiterado por el avance de los embusteros modos de visión contemporáneos, la “biblioteca magnética” warburgiana del exhibicionismo actual, donde la huella parece ser el único rastro que indique por dónde ha transitado el tiempo.

(Texto por Cesar Novella, sobre El Ritual de la Lluvia, en Novella Gallery, 2020)

(2.1) Scapeland atraviesa las diferencias culturales traduciendo renovados paradigmas, códigos entendibles para la gran diversidad humana a través de la utilidad de los objetos: bolsas de plástico, el cristal trasero de un automóvil, cinta adhesiva... El residuo de lo que anteriormente tuvo forma.

La limitación de sus planos traduce una mirada uniforme vigente en las sociedades actuales. La cámara se conforma como un respaldo de nuestros ojos, de nuestra memoria inmediata. Es el autor conocedor de esta circunstancia, no retrata al objeto, ni al momento, retrata una condición universal de simbiosis entre lo humano y lo aparentemente utilitario

La pintura como cartografía de un territorio físico que acota el campo visual, como si de una pantalla se tratase. En la que conviven diferentes escenarios que se superponen y anulan, interpelando la legibilidad de lo que tenemos delante y haciéndonos dudar sobre aquello que creemos conocer, construyendo así nuestra ‘verdadera’ visión del espacio. El horizonte ha pasado a situarse en la yema de nuestros dedos.

(Texto sobre la exposición Scapeland, por Carolina Castro, CDMX. 2022)

(2.2) El tiempo está de tal manera constituido, que no resiste la insistencia del espíritu en sondearlo. Ante ella su espesor desaparece, su trama se deshilacha y quedan únicamente jirones con los que el analista debe conformarse. Y es que el tiempo no está hecho para ser conocido sino para ser vivido: escudriñarlo, excavarlo, es envilecerlo, es transformarlo en objeto.

Cioran, E. M., La caída en el tiempo, Caracas, Monte ávila.

Pintamos lo que vivimos. Los temas a pintar son importantes, como el nombre de una mascota nueva. Quizá elegir un buen nombre, así como un buen tema a pintar, sea el más heroico de los actos que nos quedan. La generación de pintores nacidos en los años 90 que han vivido en crisis desde que dejaron de ser amamantados por sus madres, pintan a su generación y sus peculiaridades en la selva de cemento como punto en común. Pero, ¿y la pintura que se esfuerza en seguir deteniendo el tiempo?...Una plástica trans disciplinar de fragmentos de tiempo, rastrojos y zarpazos al continuo espacio temporal entendido como unidad son la seña de identidad de una mayoría de artistas jóvenes que, tras las últimas tres crisis económicas, sociales y existenciales acontecidas desde 1990, ya no son capaces de recuperar cierta noción de “historicidad”. Más bien todo intento de vivencia es inevitablemente representado por una plasticidad, maleable y casi obscenamente omnipotente. El tiempo contemporáneo es un tiempo que hace referencia permanentemente al presente, que no es capaz de escapar de él, y que vive el tiempo en todo momento como algo único y atravesado por otros tiempos, tiempos que son fantasmas, tiempos que son ecos. Viviríamos pues, en este tiempo de la contemporaneidad, en un presente, ya no eterno, sino voraz. En un aquí y ahora del cual no es posible desembarazarse.

Gustavo Bueno



4 DE JULIO DE 1996. LLUEVE

Los cristales a veces se embadurnan de barro del polvo de la arena del desierto traído por las tormentas. Son tormentas predecibles que cruzan el océano en dirección directa a Portugal, o al norte de áfrica. A veces, las menos, entran por el sur de la península ibérica, por el estrecho de Gibraltar, trayendo la anhelada lluvia al clima árido del sur de España. Los agricultores la aman tanto como la temen, pues ahora siempre suele ser torrencial y no es certero predecir dónde caerá esta vez, arrastrando millones de litros de fango marrón oscuro por las empinadas calles de poblados de color nácar, con sus sábanas blancas azuladas colgando al sol del mediodía para secarse. A veces, este polvo se lleva también rambla abajo los vehículos aparcados en las calles. Miles de coches son pasto de las aguas desatadas, formando montones de amasijos de chapa estrujada, pintura descolorida y cristales de lunas de coches destrozadas. Cuando esto sucede, no hay nada que hacer, el coche en cuestión es siniestro total. Pero, en ocasiones, las ventanas pueden ser lo único dañado del vehículo, y entonces los propietarios, mientras esperan a ser atendidos por la casa de sustitución de lunas, colocan cinta adhesiva pegada con ahínco en sus grietas de reflejos arcoíris, cinta carrocera comprada en el chino de al lado, y plásticos de bolsas de basura azules o negras que compran también ahí, en un intento heroico de salvar sus interiores de acolchados y comfortables.’

Sería el magma de imágenes puestas en juego por Aby Warburg y más tarde configurador del Atlas Mnemosyne un primer acercamiento sistematizador de lo que hoy podríamos denominar como “la nube”. De este dispositivo, intocable y fugaz, brotan todas las imágenes que configuran nuestro presente virtual, un presente accesible pero ingente, un metaverso de representaciones sobre lo real que, por su propia esencia etérea descompuesta en el aire, inasible, otorga más importancia si cabe al intento de seleccionar un campo visual digno de ser llevado a un lienzo, un pedazo de muro, o, incluso de ser tatuado en nuestra piel. Una temporalidad de un presente atemporal pero tenazmente presente en cada instante, que nos permite seguir adelante, en un discurrir ya no temporal sino vivencial.

Pedro Kouba nos presenta en esta muestra rasgos reconocibles de dicha temporalidad del presente. Un presente atroz y voraz que caracteriza ominosamente toda representación que acontece desde el mundo de las artes plásticas. Y, cómo no, sería en la pintura naturalista actual donde nos vemos cada vez más cómodos, estética de manual para intentar experimentar desde fuera esta sensación de familiar melancolía que nos embarga cada día más, atenazándonos hacia la pantalla de nuestro iPhone como con la fuerza eléctrica del rayo de los indios Hopi. Es este presente atroz que nos toca vivenciar el que alimenta dichas prácticas artísticas, que, con la persistencia del archivo y la voluntad irrefrenable de la figuración, auscultan las más que reconocibles autosatisfacciones del día a día, inauguradas por el despertador nuclear, sobrellevadas con el café o el té matcha orgánico del local de la esquina y sustentadas en Instagram como plataforma de información visual ineludible, es más, directamente celular. Pero, y esto es muy importante, transitando dicho naturalismo por flecos ineludibles de abstracción más que sobrellevada, insertos de lo irrepresentable que fluctúa en nuestra multivisión de la realidad, cada vez más real y cada vez más presente.

(Texto sobre Scapeland por César Novella, Doctor en Historia del Arte).